21.5.12

Nuestras huellas dactilares no se borran de las vidas que tocamos


Resulta apacible recordar un olor, ser capaces de reproducir unos gestos característicos e incluso unos hábitos, poder rememorar frases o expresiones que eran una seña de identidad. Es incluso mágico repetir fotogramas almacenados en la retina. Es trágico olvidar una voz, a través del tiempo y la distancia. No todos los pasos pueden seguirse. No todos los caminos conducen al mismo lugar. Las reglas cambian según el juego y a veces incluso, según el jugador. No todo lo ajeno es impropio, ni tampoco todas las preguntas son inadecuadas. Nos convertimos en mártires, en víctimas, en verdugos, en amantes, en oradores, en alquimistas, en trileros, en malabaristas, en faquires, en zahoríes, en cuentacuentos, en correveydiles, en sicarios y en supervivientes. Nos influyen las circunstancias de cada momento. Olvidamos facilmente y con cierta vehemencia. Dilatamos los compromisos y perdemos apuestas. Somos relativamente honestos, relativamente crueles, relativamente mentirosos, relativamente afables, relativamente curiosos. Somos relativamente relativos. Conocemos gente y los amamos, los convertimos en tesoros. Tesoros autónomos e independientes. Nos olvidamos de que los tesoros deben cuidarse, pueden perderse, pueden robarse, pueden empeñarse. A veces, nos desprendemos de ellos, imaginando que son un lastre innecesario. Olvidamos que no siempre la culpa es de los otros, pero con cierta frecuencia, nos cegamos con lo que queremos ser o lo que creemos que somos. Es necesario pues, convertir la honestidad en una obligación y descartarla cómo una virtud. Es necesario pues, convertir los recuerdos de los seres que se pierden y que perdemos, en una virtud y no descartarlos cómo una obligación. Pasa inadvertida una realidad incuestionable: es imposible borrar nuestras huellas dactilares de las vidas que tocamos.

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